jueves, 27 de septiembre de 2012




NEOLIBERALISMO: POBREZA Y HAMBRE PARA ESPAÑA


                                           por  Marcos Roitman Rosenmann
Las 10 de la noche es la hora habitual de cierre de los supermercados.
Mientras las cajeras hacen cuentas, otros empleados pasan revista a
los productos que deben ser retirados. Alimentos a punto de caducar y
aquellos que, por su deterioro, pierden valor de cambio. Dichas piezas
no son destruidas: se entregan a instituciones de beneficencia, bancos
de alimentos, albergues o comedores populares. Conceptualizadas como
"donaciones", constituyen fuentes de abastecimiento de ONG’s
(organizaciones no-gubernamentales).  En España esta actividad nunca
desapareció, aunque a partir de los años 60, del siglo pasado, fue
perdiendo peso.  Se constituyó en un aspecto residual que afectaba,
mayoritariamente, a quienes  -voluntariamente,  decidían vivir como
vagabundos.  Visibles para los servicios sociales y entidades
caritativas, estos no representaban un problema social ni político.

La ‘imagen’ tradicional del vagabundo se completaba con alcohólicos,
perturbados mentales y una minoría de excluidos. Personas mayores,
solitarias, que pernoctaban en albergues municipales.  Sin embargo,
era infrecuente verlos en las calles o pidiendo limosna.  Y cuando eso
ocurría se ubicaban en iglesias y en horarios de misa. Por aquello de
la ‘caridad cristiana’.

A finales del siglo XX, la realidad dio un vuelco.  La pobreza urbana
no era consecuencia del desajuste estructural de una sociedad que
carecía de bienes y servicios o sufría las consecuencias de la
migración campo-ciudad.  Quienes demandaban servicios sociales de
beneficencia constituían un sector más heterogéneo.  Se incorporaron
jóvenes drogadictos, desempleados de larga duración o crónicos, y una
población migrante, etiquetada como ‘rumanos gitanos’.

En los semáforos más congestionados de las grandes ciudades surgían
actividades limosneras impensables: Limpiaparabrisas, vendedores de
pañuelos, aparcacoches.  Más adelante se incorporaron discapacitados
físicos,  madres con hijos en brazos  y  menores de edad.  A medida
que proliferaban,  se les achacó ser responsables del aumento de la
‘inseguridad ciudadana’.  Represión, traslado al extrarradio de las
ciudades y cárcel,  fue la respuesta.  Las Olimpiadas de Barcelona y
la Expo Universal de Sevilla en 1992,  consagraron la acción
represiva.

El crecimiento de la marginalidad se definió como ‘un fenómeno
pasajero’,  producto de la inmigración ilegal,  de los sin papeles  y
la drogadicción.  En definitiva,  pura coyuntura.  Ajustar y aplicar
leyes restrictivas a la inmigración fue la solución.  España era un
país pujante,  con su economía en crecimiento.  No había razón para
alarmarse.

Por contraste, los informes socioeconómicos señalaban una realidad
diferente.  En la última década del siglo XX, el paro (o desempleo),
la privatización y el cierre de servicios sociales hablaban de un
aumento en el número de hogares donde la pobreza crecía y se tornaba
crónica.  La desigualdad aumentaba,  afectando directamente a los
hogares cuya renta básica bordeaba los límites de la exclusión.  Las
familias más vulnerables presentaban un cuadro alarmante.  Apenas
podían hacer frente a las hipotecas.  Con sueldos que perdían poder
adquisitivo y los efectos de las primeras reformas laborales,
entraban en un callejón sin salida.

El Neoliberalismo sólo producía desigualdad,  pobreza,  exclusión  y
abría la puerta al jinete apocalíptico del hambre.  Y lo más
sangrante,  la pobreza infantil hacía su aparición.  El trabajo basura
a tiempo parcial,  agravó la pobreza en las clases populares,  y el
ingreso de España al euro fue la puntilla.  El reajuste generó una
inflación encubierta y el nacimiento del sector social llamado
‘mileuristas’ (personas con ingresos que no suelen superar los 1.000
euros al mes). O sea,  salarios insuficientes para cubrir
alimentación,  vestimenta,  casa,  educación  y  ocio.  Fue el
comienzo del fin de la sociedad de las clases medias,  y la
pauperización de las clases populares.

Para encubrir los resultados de una política de exclusión y miseria,
se potenció el acceso al crédito como forma de mantener el consumo.
El endeudamiento familiar creció exponencialmente.  ‘Nadie sin tarjeta
de crédito’.  Se ampliaron los plazos de hipotecas de 20 a 40 años:
la burbuja inmobiliaria llegaba a su cenit.  El desempleo se mantenía
en límites tolerables,  y tan contentos.  Las luces rojas llevaban
encendidas mucho tiempo,  pero los responsables políticos de turno, PP
(Partido Popular) o PSOE (Partido ‘Socialista’ Obrero Español),
atribuyeron su encendido a ‘un fallo en el tablero de mando’.  El
siglo XXI se inició con el lema "España va bien  e  irá mejor".

El hambre no estaba en el horizonte.  Pocos pensaban en ver a decenas
de personas acudiendo día tras día a los contenedores de basura para
abastecerse,  y  comer aquello que los supermercados consideran
imposible de reciclar,  ni siquiera "donar".  Me refiero a los lácteos
caducados,  frutas pasadas,  verduras pochas,  pan rancio,  carnes
donde son visibles las familias bacterianas  y  los pescados
malolientes.

Ya no se trata de  "vagabundos".  Los visitantes habituales de los
contenedores son padres de familia que han perdido el empleo,  la
casa,  jubilados con pensiones escuálidas  e  inmigrantes que han
perdido todo.  Algunos viven en albergues,  otros en sus coches y
algunos en las plazas y bajo los puentes.  Ahora bien,  dado que no es
de buen gusto ver a ciudadanos despojados de sus derechos,  acudir a
surtirse en la basura, y eso proyecta una mala imagen, algunos
ayuntamientos han tomado cartas en el asunto.  Girona, gobernado por
CiU (Convergencia i Unión), ha puesto en funcionamiento una norma que
obliga a los supermercados a cerrar con candado  sus contenedores,
para evitar que sean  asaltados,  y  -de paso-  como medida de sanidad
pública.  A cambio,  con los alimentos caducados,  sus servicios
sociales harán una  "cesta de urgencia"  para  "muertos de hambre".

El asalto a supermercados en Andalucía se extiende por España. Hay
hambre,  no hay empleo  y  el trabajo precario no es la solución.  Las
acciones del Sindicato Andaluz de Trabajadores,  del cual el Alcalde
de Marinaleda,  Juan Manuel Sánchez Gordillo,  es afiliado,
apropiándose de comida para repartirla entre familias que no pueden
hacer frente a la alimentación de sus hijos,  pone el problema en la
agenda política  y  enfatiza la hipocresía de una élite política que
pide la inhabilitación,  juicio  y  cárcel para Sánchez Gordillo.
Otra vez,  matar al mensajero.  ¿No sería mejor tomar nota  y  cambiar
de política?

Son las 10 y media de la noche,  los contenedores de basura de los
supermercados son trasportados de los hangares a la calle,  esperan
decenas de personas.  Miran con ojos expectantes.  En su interior está
su única comida del día.  De forma ordenada y sin precipitarse,  con
educación,  rebuscan en su interior.  El neoliberalismo en España y
sus responsables políticos han destapado el hedor de su vergüenza…

                                  saguete@gmail.com

Comentario:

TEODORO GUERRERO SALAS
Debemos mirar en este "espejo" las resultantes del neoliberalismo

salvaje aplicado a España. Algunos venezolanos que fueron a 'verlo',
las conocen en carne propia...  pero son tan estúpidos que regresan
con una mano adelante y otra atrás, para apoyar a Capriles que lo que
hará  -en el caso negado de que llegara-es aplicar medidas
igualiiitas... para jodernos tanto o más que a los españoles. La
divulgación de informaciones como ésta, tiene la validez de alerta,
sobre todo para aquellos que dicen, cuando mostramos ejemplos como los
que vive nuestra madre patria España (o cualquier otro país vapuleado
por el capitalismo salvaje y el neoliberalismo), que "miremos hacia
adentro", que "para qué mirar hacia afuera"...
etcétera.
Para seguir afrontando el futuro con éxito, es necesario mirarnos en
estos espejos...


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