sábado, 1 de diciembre de 2012


Diciembre


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Por: Pablo Mora


I
Alto para fijar el horizonte, para otear la
plenitud del día. Campanada de garza aleteando en la cresta de algún ciprés
dormido, en busca del anafre o del camino. Un par de sueños despertando
auroras. Un par de ojos descubriendo estrellas. Alma escarbando abrojos,
serranías. Dos luceros velando en fogarada. La Luna vigilando, bien despierta,
al hombre entretejiendo sus jornadas. Un modo de mirar, mirar despacio las
sombras infinitas de los árboles, sus quejas, sus lamentos, sus latidos. Compás
para medir la lontananza, la distancia entre el sueño y el olvido.

Hallazgo de la vida, dentro, fuera. Atinar con el
próximo jalón. Inventar nuevas rutas, nuevas eras, el viraje que a diario nos
aguarda. Hurgarse, hundirse, ser sentirse, serse. Llegar a enero vivos todavía.
Dar con la vena justa de la gracia o con el alma de la patria en ascuas. Paso
de lluvia en torrencial suspiro mientras la madre su bocado implora. Un niño
que en harapos llanto apaña. Una manera de sabernos vivos mientras cruzamos
noche, tempestad, neblina, vendaval y cangilón, pena, chaparrón, vida o
sobrevida.

Diciembre: villancicos, serenatas, cuando bajan
los ángeles a tierra para sentirle al hombre su quejido. Diciembre: lumbre,
diapasón y canto. El abrazo temprano a nuestra madre que empieza, que prosigue,
que culmina. Diciembre: el timbre con que el viento invita a seguirle los pasos
a la vida, envueltos en rastrojos de la muerte. Remanso suspendido en la
jornada para tomarle el pulso al ventisquero, a la tormenta, al rayo, al
huracán.

Sabor a trigo, a leche, a miel, a rosas, a
durazno, que como un corazón recién nacido al despuntar el día palpita entre
los dedos de las hojas por su sola dulzura sostenido. Himno con que cantamos a
la vida en busca de una humanidad en paz tras un amanecer de cara al hombre, de
espaldas a la noche que nos cruza. Tras un amanecer que al fin alumbre un día
con la noche esclarecida de azul mañana que la fe vislumbre.


II
La luz en lontananza que nos mira. Infinito fulgor
acurrucado en nuestros pies, en nuestras vagas sombras. Los árboles, la noche,
entre los nidos. Un duendecillo en medio de la fronda. Los hombres tras la
tierra prometida. Soplo de brisas, canto, resplandor. Fabuloso recuerdo
alborozado. El hombre, tierno niño, desenfunda la alegría escondida entre la
infancia. Pasos del viento, chispas de luciérnagas. Paso del Tiempo, paso de la
gloria con que engañamos a las propias penas.

El hombre encandilado por sus sueños. El hombre a
solas con su propia sombra. Noche de luces, noche iluminada. Para un Dios que
ría como un niño. Para un hombre que ría como un Dios. Silencio y soledad,
clara ternura, añoranza sutil sin aspaviento, hacia la luz total de nuestras
cosas, hacia la luz total de la esperanza.

La dulce sombra del común destino mientras murmura
alrededor la noche, arrodillada en los fogones yertos. Oscuridad de noche
confundida en medio de la lumbre peregrina, encima del estruendo del misterio.
Fragancia matutina, gloria breve. La clara majestad de los caminos. El tiempo
fatigado de infinitos, el que a la muerte sin cesar nos lleva.

Una luz, un candil intermitente, soledad de un
ligero arrobamiento, sólo de asombros infinitos llena, la vida es una gloria
suspendida. Descubrirse, encontrarse, hallarse, abrirse, desencerrar la pauta
que nos falta. Vivir sin miedo, en libertad, de veras. Toparnos con el corazón
silente que nos oye, nos sigue y nos conoce. Dar con el lagrimón de la vereda,
latigazo que a todos atribula.

Gozo, bondad y sobre todo paz para la buena
voluntad del hombre. Tras esta oscuridad que nos circunda. La cresta de un
lucero que nos mira, por el postigo corazón mirando. Pausa para mejores
madrugadas. Una pregunta en pie para los hombres. Para el pobre que nunca tiene
nada. Para el triste que llora su amargura.


III
Júbilo, alumbramiento, bienvenida. Ara en fulgor
para el altar del tiempo. Luz en la voz y luz en las miradas. Gloria en la luz
y en el amor del día. Llamarada de paz para la nave colmada de borrascas en la
noche. Algo mejor para el mañana incierto. De nuevo niños con asombro puro.

Aire de claridad en la amargura. Cósmica fuerza
sobre el mundo alzada. Los pájaros, los árboles, la tarde, al habla con la
brisa y con los hombres. Victoria de la noche de luceros saturada, victoria de
la vida. La sangre universal cuando concilia la Tierra con los seres y la Nada.

Dios acicateando resplandores. La ternura del
hombre florecida. Paz, goce, amor, en yunta con la vida, para una humanidad en
pie de guerra. Latido de corderos y de ángeles anunciando la paz a los
pastores. Paso del tiempo, paso de las cosas. Paso del hombre a solas con su
sombra.

Estrella en el camino de los magos. Estrella para
el hambre de los pobres. Lumbre para escaparnos de la muerte cuando la noche
necia nos persigue. Manera de decir que Dios existe sin que nadie conozca sus
resabios. Vieja costumbre de jugar a Paz entretanto la tierra se desangra.

Deseo de partir al infinito. De cara hacia el
misterio. Para siempre. Luz de la luz, en gozo reverente, deslumbrando los
tránsitos finales. Balcón por donde un niño al mundo asombra con sus hombros
cargados de juguetes. La noche fulgural donde nacemos cuando a morir apenas
comenzamos.

IV
Un niño con nosotros de la mano la puerta del
misterio nos descubre. La sombra de la aldea galopando auroras, portachuelos,
madrugadas. Definitivamente encandilados frente al día en que el odio no
amanezca, seguimos puntualmente el paso al sol, esquivando las garras de la
guerra.

Hurgándole el pavor a la jauría, ceñido el hombre
de esperanza, sigue hacia la luz fugaz de sus fogones, hacia las cumbres donde
duerme en paz. Calienta el pan, la claridad calienta. Apura el vino, la piedad
apura. Bendice el fuego, la bondad bendice. Santigua el día, su morral
santigua.

De viaje hacia el confín del vuelo, el hombre
confía plenamente en su destino, pregunta por la noche al mediodía, al tilín
por la suerte de su infancia. Tilín, tilín, tilín, la campanada anuncia la
llegada de la aurora, el transparente gozo de la luz, el esplendor triunfal de
la alegría.

¡Ay del que viva lejos de su infancia, del que no
sepa de ningún lucero, del que ignore el color de las ovejas y del que ausente
de su ser delire! ¡Feliz quien con Francisco, atento, asista al canto matinal
de los turpiales! ¡Feliz el simple labrador que sueña en ver crecer la flor en
sus plantíos!

Diciembre altivo en las fulgentes eras. Diciembre
en el fulgor de la alegría. En los ojos azules de los ángeles y en el hambre
del pobre y su quebranto. Diciembre, alumbramiento, bienvenida. Diciembre,
asombro, arrobo y fogonazo. Diciembre, claridad en la amargura, para el pobre
que duerme en el barranco.

saguete@gmail.com
zona andina

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